A veces pienso que
la felicidad es un estado transitorio
que viene en dosis cortas e intensas;
un orgasmo, un atardecer en llamas,
un beso y un temblor de adolescentes,
un olor familiar, una cara conocida,
un pan caliente y oloroso recién cocido,
o un arroz con gandules que te saca lágrimas,
un cigarro, un recuerdo vago y lejano
de tiempos que siempre fueron mejor que los de ahora,
unos ojos pequeños que te miran
con una sonrisa sin dientes y un grito agudo,
una nota alta que te sale del pecho
y una buena guitarra que le acompaña,
un aplauso, lleno de gritos,
de cerveza, de humo y de desconocidas voces,
un encuentro, un abrazo fuerte después de muchos años,
un amanecer, un gallo a lo lejos,
un pedo, un eructo, un sentimiento de alivio,
un chiste y una risa que hace que te ahogues,
una cosa ilegal y deliciosa que te da remordimiento,
un producto natural del dolor y la cotidianidad
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