martes, 21 de junio de 2016

40


No es hasta los cuarenta
que veo a mi hijo,
y me doy cuenta
que me nacieron
las canas de mi abuela

que la línea divisoria entre
la frente y la cabeza
tiene guille de aventurera
y conquistadora

lo miro, y pienso en mis fracasos,
y en las malas costumbres y prejuicios
que tal vez le he pasado

pero es tan noble y tierno
que no se parece a nada

no es hasta los cuarenta
que choco contra la pared
y me doy cuenta
que Santa Claus
no existe

No es hasta los cuarenta
que entiendo que
Peter Pan
es un niño muerto

lo matamos todos
con nuestros trajes,
la prisa y las corporaciones

con las rutinas de los martes,
ese café agrio y negro
de la ansiedad,
con la lista de cosas por hacer
que no hay amigos imaginarios;
pero sí amigos imaginados,
que no hay duendes,
ni castillos

que solo hay este falso mundo,
de caras rotas, de ropa
hecha con manos de niño,
con sudor de madre soltera,
sin nada bosques,
ni casas hechas con dulces como en los cuentos

no es hasta los cuarenta
que me doy cuenta
que no soy inmortal,
que tal vez es el momento
de dejar de pensar
que quiero ser cuando sea grande

y siento que el tiempo
me lleva en esta espiral,
que me hala como hala al aire
el flujo de la ducha
con su agua caliente
sobre mi cabeza

y no es hasta ahora
que descubro
que no viviré
tanto como mi abuela

que no tengo esa capacidad
que tiene de morir poco a poco,
con gracia, de irme despegando de la vida,
desapareciendo,
sin sentir que los recuerdos se desvanecen,
que la vida se va, infinitesimalmente

que solo he sido capaz
de transubstanciar
el mítico niño sonriente
y abandonarlo en el campo,
a merced de los salvajes

que todos los logros son vacíos,
que se sienten conquistas
guiadas por la rabia,
por el gusto de callarles la boca a algunos,
porque sí

y es ahora que me siento
que no quiero tener cuarenta
que quiero de una vez saber
que diablos es lo que se supone que haga
en esta vida que sé que no tiene propósito

y no es culpa de nadie,
ni siquiera mía
y no es razón para personificar
ninguna tormenta, o fenómeno;
que es lo que es

no es hasta los cuarenta
que descubro que no hay camino,
que cada paso es una máquina
que abre brechas, nivela terreno,
que pone baldosas en donde no había suelo

y no sé si tengo ganas de quedarme
no sé si tengo ganas de anclarme
a este lugar,
o si es mejor que nos vayamos

no es hasta ahora que tengo la epifanía
de que lo único cierto que aprendí
es que no dejaré de aprender,
que no quiero vivir una vida
para complacer a un idiota calvo
sentado en un escritorio,
dándome un maldito discurso
de lo que es bueno para el negocio
y diciéndome qué tengo que hacer mejor

que la vida es mucho más que este sótano,
que aquél escritorio,
y que yo aún no estoy listo para su dureza

que cada vez que los veo reír
me da lástima pensar que crecen
y tendrán cuarenta como yo;
sin saber para donde ir,
con cansancio,
pensando en qué dejar atrás
cuando te das cuenta que no eres inmortal