viernes, 1 de enero de 2010

Récord mundial

En quinto grado me di cuenta que no era como los demás niños. En verano, cuando el calor aprieta en el trópico, nos llevaron de campamento y fuimos a cambiarnos para ir a la piscina. Como todo niño de diez años, decidí por pudor y timidez cambiarme en uno de los cuartuchos de inodoro. Al comenzar a cambiarme sentí ruidos, voces de otros niños que conversaban. De pronto, cuando dejé caer mis pantalones, hubo un silencio anormal. Al comienzo, me pregunté a dónde se habían ido todos, por que no les escuchaba. Miré hacia arriba, y vi dedos en las paredes del cuartucho, dedos de varias manos. Luego más dedos. Luego ojos, caras. De pronto, todos estaban mirándome. Mis compañeros de clase se habían congregado todos para verme, y yo no podía comprender lo que los hacía mirarme. Al comienzo pensé en correr, pero vi sus caras, sus ojos. Y con mis pantalones a la rodilla me miraban atónitos, como si estuvieran ante la presencia de Dios.

De acuerdo con cierto instituto de cierto país, es muy cierto que el tamaño promedio del pene de un hombre es de unos quince centímetros en su estado erecto. El famoso instituto, lleno de famosos científicos de incalculable fama, estableció que el 87% de los hombres tiene uno de entre 12.7 y 17.7 cm. El más grande de sus grandes científicos también mencionó que el pene más grande en récord tendría unos 22.86 cm.

A los diez años, ya sería de algunos 20 cm. A estos 35, tiene unos 24 cm flácido, y unos 34 cm erecto. Para comparar, tense su brazo. Ahora ponga su mano sobre la mitad del músculo. Ese es más o menos el espesor de una de mis erecciones. Los que lo han visto lo describen con palabras como “grotesco”, “horrendo”, “impresionante”, “hermoso”, “fantástico”, “increíble” y “simplemente divino”. Por mi parte, creo que está perfectamente formado, no con las marcas, manchas, y jirones que tienen otros de tamaños similares (si es que hay alguno que se acerque). Fisiológicamente, luego de ser estudiado por los mejores urólogos, funciona tan bien como cualquier otro. Tiene una curvatura hacia abajo cerca de los 15 cm. Los testículos son del tamaño de dos huevos importados grado A. Y cuando está erecto, genera, a una distancia de 15 cm, calor suficiente como para calentar manos, como cuando las pones al fuego.

Lo cierto es que soy como un circo ambulante. De tamaño promedio, ni muy guapo ni muy feo, gordito, medio calvo, desempleado al momento, de profesión contable. Crecí como hijo único de una madre soltera, nací en Brooklyn, con mis primos, tías, y bisabuelos. A los seis años mi madre buscó trabajo fuera, y me envió a Puerto Rico con mi abuela. Pasé tres años trepando palos de aguacate y jugando pelota con los mulatos.

Aquél mismo verano, un chico mayor que yo le dijo a una muchacha de unos 18 años: “Oye, mi amigo acá tiene la verga más grande que hayas visto. Mide como medio metro. Es un poco tímido, ¿te lo clavas?” Ella dijo que lo haría. Yo llegué. Ni siquiera sabía lo que clavarse era, pero ahí estaba ella: pelirroja, ojos marrones, belleza promedio. No recuerdo mucho del evento, sólo recostarme, pensando que de ahí en fuera todo sucedería. Mucho de ello es un recuerdo vago, sólo recuerdo escucharla decir: “Carajo, ¡Cómo rayos…! Es imposible… ¡Mierda!”.

Hoy habrá un juego de pelota, y claro, necesitaré el equipo necesario para asistir, que incluye una gorra de mi equipo, un guante para recoger pelotas, una bolsa (vacía), un libro, y un auténtico par de pantalones dos tamaños más pequeños (con el logotipo de mi equipo, por supuesto).

Mi nombre es José Sánchez, y tengo la verga más larga del mundo.