sábado, 6 de junio de 2009

El poeta y la ciudad

Yo tengo el nombre de una ciudad y un apellido que divide mi cultura, aunque al soñar siempre lo hago en español. Llegué a esta ciudad huyendo; de mi pasado, de mi madre, y de mis idilios románticos. Irónico que ahora ande buscando poemas breves, por que la etimología de idilio nos dice que éste es su significado original en el griego. En estos días soy una versión más redonda y vieja de lo que fui cuando le conocí, hace ya unos diez años, pero mis ojos han recuperado aquél brillo de adolescente y las ganas de alimentarme de horizontes y atardeceres, cosa que esta ciudad había ido consumiendo hace un tiempo. Mi vida se había reducido a pastar, dormir, y seguir la manada, pero él lo cambió todo una tarde en que quiso beberse los alcoholes del universo y yo acompañarle.

Tal vez no sea Borges, ni Neruda, pero tiene el don de alimentarse de las almas de los que le leen. Dice que su abuela nunca le leyó las cartas, por miedo a que se cumpliera una cierta profecía que nunca quiso mencionar. Él tiene el nombre de las piedras del un río en el que bautizara un profeta, y en su tierra ser mago es cotidiano y normal. Le encanta enumerar las cosas; se esmera por contar los lunares de mi cuerpo y clasificarlos como si fuera un dermatólogo, lleva una colección de hojas de árboles que le ha ido recogiendo su hijo desde los dos años, y vive obsesionado con la música antigua. Cuando no encuentra palabras que describan lo que piensa, las inventa. Cuando las cosas no tienen nombre, las nombra.

Yo llegué a la ciudad pensando que habría de consumirme como a tantos otros. Antes rodeada de montes, ríos y nubes, y ahora solo de cemento, gris y soledades. Somos dos millones de habitantes, 717,945 viviendas, y de constitución racial de 49,27% caucásicos, 25,31% afroamericanos, 0.44% indios americanos, 5,31% asiáticos, 0,06% isleños del Pacífico, 16.46% otras etnicidades, 3.15% doble etnicidad. Yo soy una anomalía entre las minorías, y solo me faltaría ser judía y homosexual para ser única. No descubrí que era un portal al espacio hasta que él abrío ante mi la caja de pandora de las galaxias, y me enseñó la ruta del cosmos.

Y fui su cosmonauta por una noche, en la que recorrí su obra verso a verso. Pasamos Alfa Centauro y me cantó sobre las niñas que duermen en otros brazos y las madres que las esperan llorando, de su vida con la espiritista, de sus viajes a suramérica. Una noche ebria de sueño y cerveza me dijo que me había escrito un haikú y lo había escondido. Le pedí, llorosa y enamorada que me ayudara a buscarlo, que me despertara de este encierro de ciudad, que me diera un nuevo nombre, pero hubo silencio.

Fue solo unos días después que me miré las manos, y vi ese poema breve escrito en ellas.