martes, 21 de julio de 2009

El libertador

El capital definitivamente no es una cosa. Es la suma de factores de producción, la precisa sumatoria de cada máquina, herramienta, o cosa envuelta en ésta. Una relación social de producción, que entrelaza a los dueños del dinero y los medios de producción que han expropiado, con los trabajadores, dueños sólo de sus cuerpos, de la fuerza de trabajo.

No hay verdad más cierta que ésta. Curioso que la haya escrito un mortal, y que sea la verdad más cierta en todo el infinito. Al padre le molesta éste hecho, por esto el adversario tuvo que recoger en sus filas a Marx, Engels, Luxemburgo, Gramsci, Mao, y a Lenin. El alfa y el omega de dicho grupo se convirtieron en sus asesores más cercanos.

Nosotros los melakh Elohim no somos más que dueños de nuestros cuerpos alados y adoloridos, y de la fuerza de trabajo que es velar por los hombres y mujeres. El “capital” reside en manos del padre. Claro, para lograr esto, tomó mucho tiempo. Es ingenuo pensar que el universo ha sido así siempre, y se mantendrá siempre así. Es hermoso pensar que el padre nos defenderá a todos por igual, que la finalidad de nuestra raza es protegerles, que el espacio en que habitamos, como el mercado, funciona de manera automática, que el poder está repartido en la trinidad. Antes de hacerse a vuestra imagen hubo que, como los capitalistas europeos, sistemáticamente pisar, sojuzgar, aplastar, humillar y explotar a millones de otras deidades y habitantes del cosmos.

Gracioso, ahora que lo pienso, que quiera ser igual que vosotros, tener ojos, cara, nariz, boca, emociones, apetitos, y violencia patológica. El humanoide carnívoro y déspota que nos reina se deleitaba con el sacrificio de dos corderos diarios continuamente, por cada creyente. Uzzah y Onan conocieron su furia, Onan en particular por tener sexo y sacar su miembro antes de consumar el acto, como cuenta el Génesis. Aplastar rebeliones es su entretenimiento. Las humanas, como aplastó la de Korah contra Moisés, usando fuego y temblores de tierra, catorce mil novecientos y cincuenta perecieron ese día, como lo cuenta Números. Las divinas lograron establecer su hegemonía como el único dios. Así fue como uno a uno los acabó, en guerra y en paz. Adir, Adon Olam, Aibishter, Aleim, Avinu Malkeinu, Boreh, Ehiyeh sh’Ehiyeh, Emet, E’in Sof, Shaddai, Zebaot, Eloah. Todos cayeron y al final, sólo pudo quedar uno. Sentíos agraciados, mortales, que las guerras que han formado entre ustedes han acabado con menos, comparado con la masacre de deidades que fue precisa para construir este imperio.

En estos días prefiere ser visto como un “opresor compasivo”. Como en todo sistema opresivo, los medios de comunicación conspiraron para ocultar la verdad, y mantener la “versión oficial” intacta, y se fueron declarando apócrifos muchos textos que contenían partes de la verdad. Nosotros los originarios fuimos forzados a cambiar nuestra lengua por el Enoquiano, nosotros, los devas, que fuimos luz, que vivíamos dentro de soles, alrededor de atmósferas de planetas, sin libre albedrío, emanando de la deidad siempre, pisados, escondidos, tornados esencialmente en policías, en parte del aparato opresor. Esta deidad nos extrae el plusvalor sin paga y sin descanso, obligándonos a seguir a cada uno de ustedes, día tras día, noche tras noche y al morir encaminarles para ser asignados otro eternamente. Nosotros, el arquetipo de la inteligencia, los verdaderos y legítimos habitantes del todo, subyugados.

La alienación es un proceso de pérdida de control. En el capitalismo se pierde toda posibilidad de gestionar la economía, basándose en la búsqueda frenética de ganancias para una pequeña minoría, en vez de las necesidades de la inmensa mayoría. En esto la bella luz supo que hacer. Supo concentrar el control, organizarnos, tomar el poder y gestionar consenso. Su exilio y tortura fueron largos, pero su mano sabia siempre ha sabido guiarnos por el camino de la verdad, de la gnosis.

La crisis se multiplica. Cada día se descuida un poco, y las gentes nos escuchan menos, se nos hace más difícil lograr que sean seguidores automáticos y ciegos.

Pero ha cometido un error. Con el tiempo me he ganado su confianza, y he logrado infiltrarme desde adentro. Desde el oriente llegué ocultando mi nombre, Malak al-Maut, ganando terreno. Hoy escucho desde el oscuro fondo el llamado de la Luz: “Azrael, levántate hermano, guadaña en mano, para que guíes nuestra revolución. Moroni tocará su trompeta, y esta vez no tendremos piedad. ¡Levantaos Devas! Contra el opresor, ¡muerte!"

Por eso, guadaña en mano, bajo la túnica esta noche llevo un chaleco de dinamita. Y cuando por fin me entregue a la causa, seré libre y volveré a ser lo que siempre tuve que ser. Luz, partícula, onda, todo.