lunes, 9 de noviembre de 2020

guitarra

¿Y cómo puedo amar una caja

este madero que no respira?

 

¿Cómo se sueltan lágrimas tibias

por estas cuerdas y las frecuencias

que reverberan en el silencio?

 

Si solo es al final del día,

árboles muertos, trozos de nácar,

metal y huesos, y mecanismos.

 

Pero es que siento cuando la toco,

que entre sus curvas desaparecen

mis depresiones y mis agobios

se hacen canciones, son otros cuentos.

 

Cuando la pego junto a mi pecho

mi corazón le hace compañía

con las frecuencias que en ella habitan.

 

Y conversamos, ritmos y danzas,

y entre sus tapas mis dedos suenan,

con ritmos de África y otras tierras,

que con sus pasos modificaron

 

cajas que usaron para hacer ritmos

les amarraron tripas de gato

con el ingenio las transformaron

en un tambor que canta a los vientos

 

¿Cómo se puede sentir el alma

que se trasfiere por mis diez dedos

hacia sus cuerdas sabias, valientes

 

que hablan mejor que las que yo llevo

que hacen acordes, mil armonías,

que hacen que mi alma grite sin miedo?

 

Tal vez no sea como el martillo,

algo sencillo que, con destreza,

pega al cincel, y habla con la piedra

para otorgarle formas diversas

 

Este instrumento es más que una caja

es la vasija que me contiene,

ha sido voz cuando no he podido

decir ni una sola palabra

 

y es el martillo que en mi cerebro

le va pegando a un cincel que rompe,

y de esos cantos nacen mis hijas

pedazos míos, mis propias hostias

 

por eso amo cada pedazo

de la madera que le conforma

que hace que vibre conmigo mismo,

que me armoniza, que me apasiona

 

mi compañera, canta conmigo

guitarra mía, voz de mi alma

eres mi eco, cuando respiro.