¿Y cómo puedo amar una caja
este madero que no respira?
¿Cómo se sueltan lágrimas tibias
por estas cuerdas y las frecuencias
que reverberan en el silencio?
Si solo es al final del día,
árboles muertos, trozos de nácar,
metal y huesos, y mecanismos.
Pero es que siento cuando la toco,
que entre sus curvas desaparecen
mis depresiones y mis agobios
se hacen canciones, son otros cuentos.
Cuando la pego junto a mi pecho
mi corazón le hace compañía
con las frecuencias que en ella habitan.
Y conversamos, ritmos y danzas,
y entre sus tapas mis dedos suenan,
con ritmos de África y otras tierras,
que con sus pasos modificaron
cajas que usaron para hacer ritmos
les amarraron tripas de gato
con el ingenio las transformaron
en un tambor que canta a los vientos
¿Cómo se puede sentir el alma
que se trasfiere por mis diez dedos
hacia sus cuerdas sabias, valientes
que hablan mejor que las que yo llevo
que hacen acordes, mil armonías,
que hacen que mi alma grite sin miedo?
Tal vez no sea como el martillo,
algo sencillo que, con destreza,
pega al cincel, y habla con la piedra
para otorgarle formas diversas
Este instrumento es más que una caja
es la vasija que me contiene,
ha sido voz cuando no he podido
decir ni una sola palabra
y es el martillo que en mi cerebro
le va pegando a un cincel que rompe,
y de esos cantos nacen mis hijas
pedazos míos, mis propias hostias
por eso amo cada pedazo
de la madera que le conforma
que hace que vibre conmigo mismo,
que me armoniza, que me apasiona
mi compañera, canta conmigo
guitarra mía, voz de mi alma
eres mi eco, cuando respiro.