No era rubia,
ni tenía azules los ojos,
ni era blanca,
no era ni sirena.
Pero tenía una voz
de esas que cuando canta
te tiemblan las rodillas.
Un pelo tan noche,
que me dormí en su hombro
mil veces, en muchas travesías.
Una ternura e inocencia,
que sólo querías abrazarla,
cubrirla de abrazos.
Y en sus ojos grandes
me sentí protegido,
y por primera, y tal vez
única vez, me sentí amado.
Aún me quedaban dioses
en esos tiempos,
y consulté el oráculo.
Pero nunca leí
la consigna a su entrada,
nunca me conocí a mi mismo.
El olor de su cabeza
siempre me embriagó,
y los movimentos de su cuerpo
al cantar siempre me hipnotizaron.
Y en ella encontré mis ganas
de ser mejor, porque nunca tuve norte.
Pero no pude percibir su vulnerabilidad,
sus alas rotas, su esencia frágil
que ocultó siempre entre un manto
de nobleza, rectitud y fuerza.
Tuve no solo que enfrentarme a mis demonios,
sino que tuve que torear los de ella.
Me pidió cosas que nunca fui capaz de cumplir,
porque hay crímenes que una vez que se cometen,
no se pueden borrar ni ocultar.
Nunca pude ver sus ganas de dirigir,
aunque pareciera que se dejaba seguir
por la corriente.
Nunca vi el espectro de su madre
flotando en su interior,
porque no lo conocía.
Yo solo vi nobleza,
amor inocente.
Y cuando se fue, le di alas,
aunque quise correr con ella.
Pero no podía, porque aún
no había descubierto
mi vocación, mi norte,
Y en buscarlo,
le pedi que fuera mi ancla,
en el cuerpo de agua
oscuro que me rodeaba.
Porque prefería estar anclado
que divagando en un mar conocido
Hubo días que la soñé lejana,
hubo otros que la soñé conmigo,
aunque siempre la soñé despierto.
Una noche
me rompí en pedazos.
Era tanto el dolor y la indolencia
que quise desaparecer,
rodeado de casi muertos
y cuando no pude más,
la vi, con sus ojos grandes,
y la noche en el pelo,
recogiendo los pedazos
de entre los pasillos de un hospital
Me sanó el cuerpo,
me dio vida,
me levantó al tercer día.
Pero uno no vuelve
de los infiernos
con la misma piel.
Porque cuando te cosen las piezas,
nada queda donde estaba.
Y cuando volví, era otro,
aún sin ser hombre,
aún sin ser lo que quería que fuese.
Y tuve que aprender
a ser persona,
a navegar el mundo,
a plantearme nuevas metas.
Y cuando vuelves de entre los muertos,
ya no eres persona, sino un ser
que habita entre dos reinos.
Yo siempre quise ser
como ella cuando fuera grande,
y lo primero que hice
fue tratar de hacerme
unas alas como las que ella tenía
Como sabía
que no me crecerían,
agarré todo cuanto tuve a la mano
y comencé a pegar plumas
con cera
Pero mi sol vio mis alas,
y me preguntó que para qué servían,
que volar siempre tenía un precio,
que no era solo yo quien habría de pagarlo,
y me sentí desencantado.
Y como mis alas no nacían de mi espalda,
como mis alas eran alas rústicas,
feas, alas de tercera, alas de casa de empeño
no volamos igual.
¡Cuánto hubiera querido
que a pesar de eso,
voláramos juntos!
Pero acabé volando a su sombra,
buscando repetir patrones,
replicar rutas,
y así, no se vuela.
A pesar de eso,
una noche de verano,
me lo entregó todo.
Desde mi cuerpo agarró un hilo
y con cautela tejió
por meses, con paciencia,
y llegó mayo y me arropó
con el más hermoso de los mantos.
Y yo me cubrí la vida,
que desde ese momento nunca
fue la misma.
Luché,
he luchado,
seguiré buscando
ingeniarme cómo acercarme
a su altura,
porque ella vuela como
los aviones,
a kilómetros de altura,
pero yo no sueño con seguirle el paso
ni el vuelo,
solo sueño con mirar al lado
y verla volando
sin que juzgue mis inventos,
sin que sea mi madre,
sin criticar mis creaciones, o mis decisiones,
y aunque esta historia es más larga
no quiero levantar el polvo
para estornudar
ahora solo quisiera
el derecho a ser parte
de la misma bandada,
porque hay nuevos horizontes,
porque ahora otros vuelan también.
Y sólo sería injusto forzales a seguir
la ruta recorrida;
hay que darles la posibilidad
de que se hagan de alas.
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