jueves, 3 de noviembre de 2016

Minga


Esta es mi abuela, Dominga Miranda Torres. Tiene 93 años. Junto a ella, mi tío, José Ángel Torres Miranda, que se parece muchísimo a mi cuando pequeño. A su edad, mi abuela no parece un día más vieja de 70. Mi abuela, para mi, siempre ha sido un símbolo extremadamente contradictorio. Por una parte, tengo una gran admiración por su carácter, determinación, fuerza y presencia, y por ser una mujer anacrónica; no se dejó joder. Venció el machismo de mi abuelo en innumerables ocasiones, estudió en un tiempo donde no había oportunidades para su género, ejerció diferentes profesiones y siempre tuvo lo suyo, independientemente de lo que mi abuelo fuera capaz de producir. Pero a la misma vez estuvo siempre limitada por lo que su ambiente le permitió hacer, y ha tenido unas opiniones que yo no comparto. Por sobre todo siempre la he amado, y tengo que decir que ha tenido conmigo un favoritismo que no se veía en sus otros nietos. Y sí, siempre ha sido correspondido el amor.

Desde hace unos meses tiene demencia senil, que ha progresado de forma muy, muy rápida. Mi padre, su yerno, que fue quien la atendió hace poco, dice que puede identificar exactamente el momento donde mi abuela empezó a perder toda memoria.

No sé si alguno de ustedes haya pasado por esto, pero no hay cosa más terrible que el que una persona que amas no te reconozca. Conscientemente yo podía comprender los procesos que posiblemente están influenciando sus neuronas y que le impiden reconocerme, pero el que no supiera quien soy me inhabilitaba completamente en ocasiones. 
Verla desvanecerse poco a poco (pero en cuestión de días, semanas, meses) y ser incapaz de saber dónde está, qué hace... 

Ya son pocas las personas que reconoce. Hace poco atrás me confundió con alguien y me dijo: "¡Pendeeeeeeejoooooo coooooooñooooooooooo!". Confieso que me hizo reír.

Pero duele mucho verla y que no pueda hacer todo lo que hasta hace poco era capaz de realizar. No solo eso, sino tener que ayudarla a realizar las cosas más básicas, como mantenerse sentada, cambiarse, y hasta defecar. Nunca en la vida me hubiese imaginado que tendría que ayudar a mi madre a limpiar a mi abuela. Para mi, mi abuela era inmortal...

Sobrevivió el nacer flaca y desnutrida (por eso le dicen Cosero, cosa), el hambre, la miseria, la pobreza más triste de la opresión colonial. Crió sus hijos y vio morir joven uno de ellos. Vivió tanto, y tan duro... Y ahora va desapareciendo.

Y me pregunto si es digno, si es justo. Me pregunto si yo quiero tener 93 años y ni siquiera recordarme cómo cagar, quienes son los que me rodean, dónde estoy y en qué época vivo.

Y no quiero ser un residuo de lo que fui, como hoy es Minga.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario